La moda es una de las industrias con mayor alcance a nivel internacional, especialmente después de la consolidación de la apertura económica en los primeros años del siglo XXI. Este proceso posibilitó las importaciones de bienes y servicios, principalmente desde Oriente hacia Occidente.
Actualmente, las prendas de vestir y los textiles representan un 5% del comercio mundial de los productos de manufactura, siendo la cuarta industria más representativa. Este proceso de expansión de la industria y sus grandes volúmenes comercializados, combinado con la necesidad de la industria de innovar y presentar las últimas tendencias de la moda, derivó en la creación del concepto “fast fashion” o “moda rápida”.
“Moda rápida” se refiere a cuando se hacen colecciones de ropa siguiendo las últimas tendencias de la moda, pero de manera rápida y barata. Esto permite que las personas puedan comprar ropa en tendencia a precios bajos y con mucha frecuencia, incluso unas 50 colecciones al año en comparación con las tradicionales de primavera/verano y otoño/invierno.
Con la popularidad de la cultura pop y las redes sociales, se ha fomentado mucho el consumo. Cada fiesta, reunión social o ceremonia pareciera volverse una nueva oportunidad para comprar ropa.
El crecimiento del fast fashion en todo el mundo ha sido enorme y muy rápido. Ya no se trata solo de vender ropa, sino de una manera de consumir que se vuelve cada vez más marcada. La ropa y las tendencias cambian tan rápido como los gustos de quienes compran.
Sin embargo, han surgido preocupaciones sociales y laborales, como los maltratos a los trabajadores. Condiciones laborales riesgosas, sueldos bajos y largas jornadas son solo algunas de las dificultades que deben enfrentar, además de vulnerar los derechos de la infancia, pues muchas veces las personas que trabajan en esta industria son niñas.
A ello debemos sumar el impacto ambiental que esta dinámica tiene, pues la industria de la moda a pasado a ser una de las más contaminantes del mundo, debido a la gran cantidad de ropa que, al desgastarse fácilmente y al cambiar las tendencias, es desechada, sin políticas importantes para su reciclaje o reutilización, además de la gran cantidad de agua que se utilizada para la producción de telas.
Un caso representativo de esto es el desierto de Atacama en Chile, que se ha vuelto una especie de gran vertedero de ropa, con toneladas de prendas que han sido desechadas.
¿Esto quiere decir que no debemos comprar ropa nunca más? No necesariamente, pero sí se trata de un llamado a ser más conscientes respecto a nuestro consumo, comprando menos, intentando reparar aquellas prendas con desperfectos menores, tratando de darle un nuevo uso a lo que ya no nos vamos a poner, buscando marcas que sean responsables con sus regulaciones laborales. Y aunque parezca extraño, otra forma de contribuir es usando la ropa que compraste, pues en promedio la gente que compra fast fashion solo usa una prenda en promedio 8 veces, luego la desecha.
Si quieres aprender un poco más sobre este fenómeno y su impacto, te recomendamos un documental excelente: “The true cost” (que puedes ver aquí), que indaga en los efectos que tiene la industria de la moda en los trabajadores, en el medioambiente y en cómo el consumismo impacta nuestra vida diaria.
